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Respondencia

Y Luego…

Por Alvargonzález; 30 de agosto de 1997

No sé si en alguna etapa de tu vida hayas tenido la ocurrencia de llevar un diario, y creo que si en algo nos pare­cemos tú y yo es precisamente en eso: ¡yo nunca! ¿Diario? Durante las magníficas oportunidades que he tenido de inmersionarme (tal cual) en papeles añejos y en bibliotecas insospechadas, me he tropezado con diarios de mi­sioneros, militares y de personajes no muy brillantes como aquel profunda­mente tímido Amiel, que indudablemente utilizaba las páginas para conversar con la única persona a la que no tenía temor: con él mismo. Dia­rios que reflejan una serie de elemen­tos añadidos: lo difícil no es comenzarlos sino seguirlos, y tan difícil que por lo general acaban siendo re­cuento de días sí y días no. ¿Diarios se­cretos? Ni tanto y por una razón fundamental: todo el que escribe algo lo hace con la abierta o velada intención de que alguien lo lea, y así los autores –o autoras– de quesque secretos diarios, de forma muy subterránea es­conden su pretensión de que esas páginas despierten el interés de otros. Insisto: todo el que escribe pretende ser leído, como el que habla lo hace para eso: para ser oído.

Hace años –como hablador que soy– tuve la ocurrencia de instalar una capturista de palabras en una línea telefónica disponible en el ámbito familiar (nomás te digo que sin el apoyo de la familia, hace mucho que habrían cesado, a causa de la hambruna, mis in­tenciones de ser verbotraficante). Y mi ocurrencia para tratar de percibir el re­bote de lo que digo, no debió haber sido tan mala, pues hoyendía es uso generalizado eso que pomposamente se llama “buzón de voz”. Me dirás que a qué viene a cuento eso, y con razón. Pues simplemente se refiere a la co­rrespondencia que se pretende estable­cer en todo proceso de comunicación: uno escribe, tú lees; y a mí me intriga saber qué piensas de lo que digo. Y hoy me parece de toda justicia entablar esa correspondencia que tiene como punto de partida la benemérita “Robotina”, que con más de cuatro años de uso y a pesar de haber costado casi nada (reconstruida), me sigue sirviendo como “catavientos”. ¿Te acuerdas de ese banderín que iba sobre los palos mayores de las naos para indicar la dirección del viento? Sin tus correcciones o indicaciones, hace buen tiempo hubiera naufragado en esta prestigiada plana.

Quien se exhibe se expone. ¿A qué? A lo insólito. De pronto una voz femenina –con nombre ¿real?–, me dice muy claro: “sé quién eres y no te tengo miedo…”. Lo único malo es que yo no ato ni atino, pues nombre y voz me son totalmente desconocidos. ¿Más sorpresas? Luego de loantesdicho, la desconocida me pronuncia de corrido aquella oración mántica acuñada por San Isidoro hace casi diez siglos: el llamado Credo. ¿A propósito de qué? Psaaabe

¿Alvargonzález? Quiero sugerir al diputado de mi distrito –si es que lo conozco algún día– que se haga una propuesta de ley para que todo mexicano al llegar al hipotético uso de razón pueda elegir ¡nombre! Sucede que una voz masculina y anónima –que intentó dejar un número telefónico–, me reprende por mi deseo de llamarme así: ¿Álvar? Como somos un país con profunda amnesia, olvidamos por completo a aquel individuo ¡tamañón! que incluso vivió en esta incipiente ciudad y que fue el primero en La Historia que cruzó el muy ancho y el muy americano continente: Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Y como Álvar intentó registrarme mi padre, sólo que el del registro me regaló una “o”, ese soy yo; y si algún día tienes tiempo de leer poesía –de la antigüita, cuando las palabras del poeta tenían la intención de decir algo–, léete el Alvargonzález de Machado con el que –muy mi gusto– advierto ciertas afinidades personales. Total, nuestro incógnito amigo muestra su descontento porque me llamo tal cual.

¿Por qué los seres humanos buscando la anhelada libertad nos encerramos en jaulas? Esto viene a cuento por lo de mi número telefónico. Impensable –¿no es cierto?– vivir sin teléfono, herramienta que da seguridad… y dependencia. El telemarquetín en su esplendor; que si no quiero la tal Afore; que si ya tengo mi boleto para tal rifa. El marquetín acosador y acorralador; voces femeninas, sugerentes y encantadoras. Si no fuera totalmente impensable por razón de costos, tendría a un notario público junto a la contestadora para que diera fe notarial de esos mensajes ¡seductores! Pero olvídate, según los últimos indicadores económicos de mi microempresa dedicada al verbotráfico, creo que tendré que pedirle trabajo a algún notario. ¿De qué? Pos deso: de anotador, que bastante buena letra tengo y quisiera que mis letras se cotizaran a precio ¡notarial!

Allí en la cinta la voz de Ana María y su opinión acerca de lo que se me ocurrió escribir bajo el título de “Viejitud”. Insisto: es muy difícil envejecer en medio de una civilización dedicada al culto corporal y a los alifafes que “garantizan” la eterna juventud. Algo malanda en nuestra sesera colectiva, porque como dices tú: “agosto y septiembre, se van para siempre…”. El reloj gana siempre la competencia. Y a nuestro amigo Javier se le ocurre preguntarme si pronto volveré a sacar la lengua por alguna antena. ¿Pronto? En cuanto alguna empresa radial capte que hay una gran hambre ¡de saber!, y no sólo de imbecilidad hertziana, seguro me contrata. Calculo que ello ocurrirá más o menos en el año 2020…

“Le hablo a usted como maestro…”, dice una voz masculina y desconocida; elogiante. ¡Es tan fácil untarse los elogios! Pero: ¡cuidado! Si quieres acabar con alguien, ¡elógialo! He conocido a brillantísimos empresarios que han hundido sus brillantísimas empresas en medio de los coros adulantes de sus satélites. Y políticos que han hecho lo mismo con el país, entre alabanzas sinfín. ¿Quieres nombres? Me doy cuenta que también a ti te gustan los chismes, y de eso se vale el marquetín… Por cierto, te recomiendo que vayas y fulmines a Salman Rushdie, pues pagan ¡un millón de dólares los Ayatolas a quien lo elimine! Según mis escasos conocimientos de cálculo de probabilidades, esa vía hacia el millón dolariento es más segura que la que depende del chisme televisivo. Y Arcelia y Nora hablan para decirme que desde el radio me siguen y agradezco su altísima fidelidad inmerecida, pues ¿qué puedo aportar si no me ocupo de los grandes problemas socieconómicopolíticos? Antonio me cuenta que me vio en la tele; sí, en el 6, los jueves y al filo de las diez de la mañana, algo cuento por tele sobre la maravillosa historia del lenguaje. Allá tú si me ves…

Samper –cuyo hermano descarriado tiene el horrible trabajo de presidente de Colombia– hablaba de aquel individuo al que le gustaba mucho el ‘pate de foie gras’ (¡zas, hasta doy la impresión de bilingüe!); pero cuando aquel sujeto vio a los monstruosos gansos que ceban para tal efecto, ¡perdió la afición! Así las llamadas de Salvador y de Alberto que quieren conocerme y conversar. Prefiero seguir tratando de pensar que este pate verbal es untable en tu inteligencia y no correr el riesgo del ganso. Si me conocieras…

A Teresita le intrigan asuntos insospechados: “¿qué diccionario tienes?…”. Tengo vicio de eso: de diccionarios y enciclopedias; y pavor a quienes con su Pequeño Larousse quieren polemizar. ¿Está en tu diccionario la palabra “oxymoron”? Algún día hablaremos de eso: de los oxymorones.

Táte bien, y luego… te busco.

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