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Temporales

Y Luego…

Por Alvargonzález; 16 de agosto de 1997

Me atrevo a traducir el nombre del libro, y cuyo título me parece estar fue­ra de tiempo y más acorde con aque­llos volúmenes de los comienzos de la imprenta: “Geografía del tiempo: las desventuras temporales de un sicólogo social, o de cómo cada cultura advierte el paso del tiempo en formas un poco diversas”. Como título, advertirás, re­sulta ya todo un tratado. Paradójicamente me parece fruto de la excelsa ociosidad de que disfruta el primer mundo gracias al tercero y cuarto mundos.

¿Por qué, me preguntarás, arrum­bo o doy rumbo a nuestra conversa por esa vertiente? Hay una serie de hilva­nes personales que se me entrelazan. Uno de ellos es precisamente ese –el tiempo–, digo, el momento de poner es­tas letras en la imprenta ha llegado y mi actividad como basquetbolista (buscando la ¡canasta básica!) no me deja espacio mental para eso que nebulosa­mente se llama “inspiración”. A contrarreloj se me ocurre hablar de tan escurridiza materia prima de la vida, tiempo o conciencia de él, tan fugaz. En segundo término si sigues leyendo las líneas te encontrarás al final con un número; el de un teléfono que me sirve de catavientos, o para advertir si lo que escribo para ti tiene consonancia y re­sonancia. Entre mensajes uno que en­caja particularmente y amablemente enviado por nuestro amigo Salvador. ¿Qué dice?

Salvador resulta ser un retirado pre-afórico; o de antes de esa aportación novedosa a la modernidad que no sé cómo clasificaría de vivir López Ve­larde, aquel, claro que recuerdas, que decía que los veneros de chapopote nos los escrituró el chamuco. Dejando de lado las Afores y su escrituración, Salvador tiene una visión de la vida, producto de su experiencia profesional como administrador; “la única diferencia entre el redrojo humano que está tirado en el jardín, etilizado, y tú, es la de haber administrado la vida…”. O sea que la vida es una cuestión administrativa –según nuestro amigo Salvador–, y según yo la vida no es otra cosa –reitero– que una “x” dosis de tiempo que se nos ha concedido. También líneas atrás traté de decirte que en el reino animal somos nosotros los únicos que tenemos conciencia del paso de los minutos. ¿Te acuerdas de aquello de que los minutos y los segundos andan de puntitas, y los años vuelan…? Eso es: administración del tiempo, cuestión personal y radical. ¿Te parece?

Pero volvamos al comienzo, y a ese libro que es fruto de la ociosidad con su extenso título; de la ociosidad y de los recursos investigativos primermundanos. Sucede que el autor, Robert Levine, contrató a un equipo de visitadores (eso cuesta, indudablemente) para ir a los rincones más insospechados del planeta a ver la diferente forma de percibir la carrera contrarreloj de la vida. La forma de depender de ese modernísimo patrón esclavizante que es el reloj. ¿Modernísimo? Apenas el siglo pasado comenzó a ser aditamento personal, y no hace cuatro siglos (apenas) que empezó a fijarse en las fachadas de edificios públicos con sus sistemas de engranajes y poleas, para sustituir los imprecisos relojes solares. O sea que la horologio-dependencia es algo novísimo. ¿Horologio? De la simplificación de ese complicado y latino término se derivó justamente la palabra “reloj”.

Hay una costumbre inveterada entre nosotros: “¿me das tu hora?”, y en el “tu” se oculta tal vez un presentimiento fundamentado: que la tuya y la mía no necesariamente tienen que ser la misma. O que la puntualidad colectiva está regida por un más-o-menos entendible y flexible. Una de las brillantísimas conclusiones a que llegó Levine con su equipo, es la de que en México –no aclara si en el país del altiplano o en el conocido en amplio con el mismo término– la puntualidad es tomada como una falta de cortesía o equivale a exponerse a hacer el ridículo. ¿Será? Pero aparte de la opinión del especialista, y sea cual sea nuestro sentido nacional de apreciación del tiempo, quien te lo quita está cometiendo un intento de asesinato. ¿No quedamos en que el tal tiempo es la materia prima vital? Espero no estar haciendo lo que condeno con estas letras, pero en todo caso si te estoy robando tu tiempo no sigas…

Administración del tiempo no significa necesariamente esclavitud. No creo que sean más felices los suizos con su monótona puntualidad que nosotros con nuestro gelatinoso “mediodía”. En efecto, nuestro tropical mediodía es cualquiera hora entre las dos y las cuatro, y no significa ni remotamente el paso del sol por el zenit. Administración significa, supongo, el correcto empleo de lo tangible o lo intangible. Ahora que se está tratando de formar la pretendida Unión Europea, los nórdicos han descubierto algo muy español y que tiene que ver también con nosotros: las bondades de la siesta, algo que resultaba impensable en Frankfort, Londres o Suiza. ¿Qué el madrileño en lugar de seguir el trote de corrido, abre un paréntesis y ya bien entrada la tarde vuelve al galope hasta bien entrada la noche? Pos mira que algo de sentido común implica, y la costumbre está asumiendo sentido comunitario europeo. ¿Por qué no?

Es que nunca vamos a ser nórdicos, hijos del invierno largo, donde el tiempo tiene otro sabor. ¿Has visto amanecer al filo de las nueve de la mañana y anochecer antes de las cuatro de la tarde? Las latitudes indiscutiblemente afectan la relación del ser con el reloj; la conciencia del uso del tiempo. Cuando te mudas de país, aprender a ajustarse al paso de la vida local es tan complejo como aprender a dominar los recovecos del lenguaje ‘in situ’. Imposible que olvide cuando en una fiesta en Londres, en que me la estaba pasando de maravilla, utilicé el subterfugio muy usual en nuestra cancha local; el decir “ya me voy” para escuchar como respuesta “quédate; táte otro rato…”. Allá, no bien hube dicho que me marchaba, cuando estaban frente a mi el abrigo y el paraguas, como muestra inefable de respeto a mi tiempo. Y no me quedó más remedio que marcharme auto reprochándome recordando lo bien que estaba el jolgorio. ¡Toma por hablador, y por no saber las claves foráneas!

Indudablemente el reloj es un artículo reverencial; mirándolo bien, segundo ido es eso, e irremediablemente. Claro, para los que no creemos en las reencarnaciones… Pero ca’quien, colectiva e individualmente, debe saber reverenciarlo a su manera. A mí, por ejemplo, no me ofende que en las listas compiladas por Levine en su libro, coloque a México en el lugar 31 entre los países “despacios” del mundo. ¡Despacito! Incluso El Salvador ocupa un lugar más alto: el 29. El problema es de aprovechamiento, no de velocidad. Ese “mediodía” impreciso y flexible, puede ser virtuoso… siempre y cuando no sea equivalente a esas comidas de los viejos políticos en el centro de México, que de las tres en adelante se apoltronaban en las cantinas con toda su facha de servidores públicos y ¡hasta agotar existencias! La devoción a esa máquina devoradora de segundos, debe ser creativa, inspiratriz y productiva. No idolatría obscena y pragmática apegada al credo nórdico del segundo que no se convierte en petrodólar, es segundo desperdiciado. La vida es tiempo, sí; pero la ambición no es la única meta del tiempo humano. Y de ese equivoco, cuántas penas, cuántas. Gracias por darme tu tiempo.

Táte bien, y luego… te busco.

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