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Toynbee

Y Luego…

Por Alvargonzález; 9 de agosto de 1997

“A mi madre –escribe sencillamen­te en una dedicatoria–, por haberme hecho historiador”. Y esas palabras, de paso, reflejan la influencia que padres y madres tienen sobre la vocación de sus hechuras genéticas. “Recuerdo que una noche, a la luz de la lámpara co­menzó a leerme, y comprendí, niño como era, que no todo andaba bien bajo la superficie en Alemania…”, re­cuerda aquel Toynbee que a muy tem­prana edad –por su madre–, cayó en amantazgo con la lectura. Arnold Jo­seph Toynbee; 1898-1975, nació en Slingsby, al nordeste de Inglaterra.

No lo considero, en sentido estric­to, un historiador; un narrador de su propia interpretación de los hechos. Más bien y con sus diez volúmenes del “Estudio de la Historia”, es un proyec­tista. ¿Vaticinador o adivino? En cierta forma también, pues somos la resultan­te de un pasado que se proyecta hacia el futuro, aparentemente producto del caos que se convierte, viéndolo bien, en secuencia lógica. Alguna vez he in­tentado decirte que la tal Historia es una cadena de “sisis”. ¿De qué? De “sis” condicionantes y previos que desembocan en algo más o menos previ­sible, delineable. Por ejemplo, en el caso concreto de Toynbee (también la historia personal es juego de “sisis”), si su madre no hubiera dedicado buen tiempo a inducirlo a la lectura; si su tío abuelo capitán de barcos que directo y a los ojos le hizo sentir la talasocracia, o marinería del Imperio Británico, y si no hubiera tenido una capacidad personal para interrelacionar cosas y he­chos aparentemente distintos, la humanidad sedienta de saber qué pasó para tratar de averiguar lo que pasará, se hubiera quedado sin el proyectista Toynbee.

Ensayista, eso es también. Difícil y complicada tarea esa de “ensayar” de­cir lo que uno piensa y atenerse a las consecuencias. Así, Arnold J. Toynbee fue acusado de poco científico (¿será “ciencia” la Historia?), por atreverse a hacer paralelismos insospechados, como por ejemplo entre el siglo 1 a. de C. y lo que ha ocurrido en el actual. También se le acusa de recurrir a la imaginación, pero sus detractores olvidan que él lo confiesa y omiten el hecho de que sin la tal imaginación, las ciencias llamadas “conclusivas” o exactas, gracias a ella han avanzado. Tienes el caso de Sikorsky que desafió todos los convencionalismos técnicos que señalaban el rotundo ¡no se puede!, imaginando antes lo que echó a volar después: el helicóptero.

En “La Civilización Puesta a Prueba”, Toynbee enmarca esa palabra que es el hilo conductor de su extenso Estudio de la Historia: civilización. ¿Cómo definirla? A ver qué te parece este intento: es el ensamble correcto de opiniones y de costumbres que resulta de la acción reciproca de la religión, de las bellas artes, de las artes industriales y de las ciencias. O sea que la convivencia ciudadana –la civilidad– no es sino ese ensamble entre tus opiniones y las mías, tus costumbres y las mías, nuestras diversidades armonizadas por esa interrelación de elementos. La civilización, entonces, resulta ser la posibilidad de convivir a pesar de las diferencias; la necesidad de encontrar puntos de convergencia, y esto se aplica en escalas tan diversas como puedan ser la global o la domestica. ¿A poco a ti no te resulta en ocasiones insufrible la convivencia bajo la techumbre familiar?

El futuro, indudablemente y prescindiendo de si crees o no en los horóscopos, es un reto. Y las civilizaciones –según Toynbee– se mantienen vivas en cuanto responden adecuadamente a las constantes complejidades, peligros y oportunidades de todo género. Cuando cesan de responder se mueren y luego se momifican aparatosamente; y cesan de responder cuando pierden voluntad y fuerza para adoptar sus propias decisiones, y más bien se dejan paralizar por falsos ídolos. La civilización, insiste el autor, es “un producto de voluntades”; una suma en torno a un proyecto, y una re-ligazón vinculante de esas voluntades. ¿Religazón? ¿Recuerdas esa teoría de que hablar de religión es cosa de mujeres y de viejos? Toynbee, invariablemente cae en ese asunto tan lleno de aristas y tan controversial: la re-ligante religión.

Él, de hecho, es anglicano con parientes puritanos, o sea de los que tenían la intención de “purificar” de todo vestigio papal a la Iglesia de Inglaterra. Y se le ataca cuando vislumbra el nacimiento del Estado Universal. ¿No has oído hablar de la “globalización”? Ahora la palabreja está en boga, pero en los cuarentas era algo meramente especulativo, y Toynbee lo avizoró… con toda su frágil estructura: “el Estado Universal se derrumbará, como todos los semejantes en el pasado, si no se inspira en un verdadero renacer religioso”. Y mira que me sorprendo a mí mismo poniendo tan delicada palabra frente a tus ojos.

Para estupor de los anglicanos y de muchos otros, Toynbee hace una proposición quizá teológicamente indecorosa: ir más allá del Cristianismo, del Viejo y del Nuevo Testamento y hacer una amalgama con las otras grandes religiones: el Budismo, el Hinduismo y el Islamismo. ¡Vaya temeridad! Pero la advertencia está allí: sin renacimiento religioso –sin esa religazón flexible que nos permita darle sentido a la convivencia o civilidad–, ¡paf! La Gran Civilización sigloveintesca, con todo su soporte tecnológico, pa bajo… con todas sus intolerancias que hacen imposible la suma de voluntades.

Y es Toynbee también el que a poco de concluida la Guerra, vislumbra al frente del llamado Estado Universal a los Estados Unidos; y a su obra te refiero para aclarar dudas al respecto, y espero encuentres en sus páginas mezclados tanto a Ibn Khaldun –oscuro historiador mahometano del siglo XIV–, de quien dice aprendió a “rebasar los límites de este mundo para asomarse a otro”; y a San Agustín, quien con “La Ciudad de Dios”, le mostró “la relación que ambos mundos mantienen entre sí…”, y que le llevan a enunciar “la divina ironía en los asuntos humanos”, con lo cual se refiere al orgullo y la presunción continuos del ser humano que perpetuamente son reducidos a sus verdaderas dimensiones por un Ser insondable.

Pero ¿por qué me he puesto hoy a desempolvar mi amistad con Toynbee; con sus libros hace tiempo leídos? Es responsabilidad de René, ese mi proveedor de tinta con la que hago gárgaras cerebrales para tratar de ponerme al habla contigo. Una vieja revista de la inmediata postguerra en donde aparece un artículo sobre el británico; y mi imaginación desbocada, disparatada por noticias en donde resuena una palabra: “drogas”. ¿No será que la llamada Civilización Occidental, con su marcapasos mayúsculo, en su búsqueda del placer como último objetivo haya caído en el tedio más destructivo? Una civilización basada en la belleza del cutis y en el erotismo, quiere más placer artificial a cualquier precio. ¿Has oído algo últimamente acerca de las drogas? A Toynbee se le acusa de repetir que si la historia no evoluciona… se repite. ¿Se repite?

Táte bien, y luego… te busco.

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